Ahinoa y
Daniel se conocieron fortuitamente en la fiesta de graduación de Ahinoa, era
una noche de Noviembre y las luces y la energía de la Navidad ya formaban parte
del ambiente, eran unos chicos jóvenes, llenos de vida y con algunos rasgos
adolescentes, dispuestos a gozar de la vida y atentos a las señales del
entorno, la impresión al verse por primera vez no fue la misma en ambos, a
Daniel, Ahinoa le pareció una chica hermosa, extrovertida y muy agradable, a
Ahinoa, Daniel le pareció un muchacho común, de hecho no muy guapo de entrada
pero con el que se podía conversar alegremente y relajarse un rato con la
frescura de un compartir innovador. Durante esa noche Daniel demostró interés
por Ahinoa, pero ella no cedía al flirteo, esa ocasión especial dio chance para
que pudieran bailar, conversar, brindar y dejar abierta la posibilidad de salir
otro día más.
Pasaron aproximadamente 2 semanas y
Ahinoa y Daniel volvieron a encontrarse, resulta que el primo de Ahinoa era
gran amigo de Daniel, de hecho él fue el que lo llevó para la graduación y
nuevamente por él coincidieron en algún club de la ciudad, para Ahinoa no fue nada
desagradable volver a ver a Daniel, ésta vez ya los 2 tenían cierta disposición
en conocerse más allá de lo que encierra una relación amistosa.
Los días
pasaron y el primo de Ahinoa ya no tenía nada que ver en sus encuentros
sucesivos, la atracción sensual y sexual con matices de lo que conlleva a la
formalidad de una relación posterior cobraba vida con mayor fuerza cada vez
más. La ilusión, la pasión, idealización y la secresión hormonal propia de las
primeras etapas del enamoramiento hicieron que Daniel y Ahinoa vivieran
momentos intensos, un oasis de “amor” y en poco tiempo tomaran la trascendental
decisión de compartir su vida juntos, pero ahora desde la convivencia, actuando
desde la emoción y no desde la razón, pasando por alto ciertos “cánones sociales”
que ellos para ese momento no consideraban importantes, de hecho antes de tener
las condiciones dadas para iniciarse en la convivencia se enteraron de algo que
ameritaba un mayor nivel de compromiso y responsabilidad, algo de lo que ya
habían hablado y que de cierta forma estaban esperando pero para lo que
realmente no estaban preparados, y era la llegada de un tercero a sus vidas,
Ahinoa esperaba un bebé y eso aunque para ellos formaba parte de toda la
aventura que querían protagonizar, complejizaba mucho más lo que estaría por
venir.
La madurez y la responsabilidad llamaban
diariamente a sus puertas, era el momento de dejar de soñar y aterrizar en la
realidad que juntos y en acuerdo mutuo habían construido.
Comenzaron a ver las cosas desde
otro cristal, ya las conversaciones no giraban en torno a qué lugar irían a
visitar o no invertían parte de su tiempo pensando con que detalles se
sorprenderán, sino en cuanto cada uno iba a aportar para la adquisición de lo
que algún día se convertiría en su hogar, cuantos servicios cada uno iba a
pagar, que calidad de pintura iban a comprar y todo lo que comprendía la
iniciación de la vida conyugal.
Ambos venían de hogares “bien
constituidos” quizá no los ideales o los que hubieran querido pero donde se
impartieron valores y se criaron con principios.
Empezó la convivencia y con ella
los problemas, ambos sabían que en la casa había cosas que hacer pero cada uno
pensaba que el otro lo haría, Daniel estaba acostumbrado a que en su casa la
madre hacía todo y por ende eso era lo que allí pasaría, Ahinoa como hija única,
igual estaba acostumbrada a que en su casa siempre había alguien que le
facilitaba o hacía las cosas y fue sólo cuestión de días para que sus costumbres
chocaran bruscamente y cada uno comenzara a reclamar y a imponer actividades en
el otro. Su mundo perfecto se comenzó a derrumbar y el estallido de sus
emociones se podía escuchar a cuadras, cada uno vociferaba argumentos
personalmente validos mientras se descalificaban el uno al otro y luchaban por
querer conseguir el poder, la llegada del bebé
fue una bendición para ellos,
estaban felices y lo disfrutaban, pero esto no significaría una menor carga de
trabajo, sino todo lo contrario.
Daniel y Ahinoa tenían que adaptarse
a muchas cosas: La convivencia en pareja, el ser padre y madre, el abandono de su soltería y la
libertad que ella traía la adherencia a una nueva rutina, afrontar la
inseguridad que generalmente acompaña a estos procesos; todo esto y más en un
mismo momento de sus vidas.
No fue fácil, incluso en más de una
ocasión estuvo en peligro su relación, pero ya no daba tiempo de reconsiderar,
eventualmente dudaban de la asertividad en cuanto a la elección de pareja y de
vida que hicieron, pero afortunadamente contaban con la intención de superar
los obstáculos y de salir adelante JUNTOS, porque ciertamente se querían, y añoraban la estabilidad familiar y emocional de su hijo.
Desarrollaron eso de lo que
actualmente se habla mucho y que llaman Resiliencia, consideraron el diálogo
como una opción para establecer acuerdos y expresar desacuerdos, creyeron
conveniente dividir los quehaceres de la casa según la preferencia de cada uno,
reflexionaron sobre la importancia de rescatar en la medida de sus posibilidades
la intimidad de todo tipo como pareja y de solidarizarse ante las demandas y
situaciones del otro.
Ahinoa y Daniel aun viven juntos,
no son la pareja perfecta pero luchan por crecer familiarmente y formar un
hogar saludable, en el que puedan disfrutar cada día de sus vidas y del que
puedan dejar un maravilloso ser humano.
Autora: Maria Alejandra Santiso
Modulo N· III Dimensiones de la sexualidad
Diplomado de educación en salud sexual y reproductiva.
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